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Juana Aza, enfermera del IFAS: "Las medidas de restricción, contención y aislamiento han sido muy severos y evidentemente necesarios, pero el hecho de proteger la salud conlleva otros efectos"

Ainara Arregi

Juana Aza, es enfermera del IFAS, y secretaria del Comité Ético de Intervención Social en Bizkaia. Hemos charlado con ella para conocer de cerca cómo se ha vivido en las residencias de Bizkaia durante todo este tiempo de pandemia y nos cuente cómo lo han vivido los usuarios de las residencias.

¿Cómo has visto al colectivo de personas mayores que residen en residencias durante el primer año de pandemia?

Es importante decir que hablamos del colectivo de personas mayores en residencias, y pensamos en un grupo de personas, más o menos, todas iguales, mayores y que viven en residencias, pero es un colectivo que es muy heterogéneo; es un grupo de personas que tienen una trayectoria de vida, cada uno distinta y eso le has ido haciendo su biografía. Como personas que son, cada uno tiene sus características propias, su forma de ser, sus circunstancias personales, y es cierto que tienen un rasgo en común, que son mayores, pero no es lo mismo tener 75 años que tener 90, y también que por sus condiciones personales de más fragilidad o de dependencia, les ha llevado a tener que vivir en un centro residencial.

Las vivencias que han tenido durante esta pandemia depende mucho de la forma de ser de cada persona mayor, del apoyo relacional tanto dentro como fuera de la residencia, y también influye mucho su capacidad cognitiva. Una persona que tiene más conservada su capacidad cognitiva puede llegar a entender mejor la situación e incluso participar, que una persona que tiene deterioro cognitivo, que puede verse muy perdida.

En general, este tiempo de pandemia ha sido largo. Al principio, yo creo que como en el resto de la población, ha habido mucho miedo, mucho desconcierto, porque no sabíamos lo que era el virus, que alcance tenía. Cuando el virus empezó a entrar a las residencias hubo tensión, y hubo alarma importante, sobre todo, cuando se empezó a saber que había fallecimientos. Entre los profesionales también hubo un cambio repentino, porque empezamos a vestirnos con los EPIs, y eso hizo que saltará la alarma y ellos estuvieron con miedo, desconcierto, con dificultades para entender. Además, al principio, por esa necesidad de protegerles como profesionales, no les dimos mucha información. Eso fue al principio.

Luego, en general, han estado contenidos, sobre todo, para todas las limitaciones que se han visto sometidos; les hemos limitado las salidas, las visitas, les hemos aislado, les hemos cambiado de habitación. Las personas con capacidad cognitiva conservada se han sentido participes cuidándose y cumpliendo las normas. Y ha habido otras personas que les ha costado más entender esas limitaciones, y ha habido miedo e incertidumbre.

¿Dentro del colectivo de personas mayores, y con capacidad cognitiva conservada, has percibido diferencia?

Es verdad que los más mayores, los que han pasado la posguerra y serias dificultades de peligro, digamos que casi lo han llevado mejor, porque ya tenían una experiencia. La gente más joven, aparte de que hay un cambio generacional y cultural, no lo ha entendido tan bien. La gente muy mayor, también está acostumbrada a una cultura de más obediencia o resignación, y en ese sentido, vamos avanzando, cuanto más joven más consciencia de reconocer ciertos derechos. 

¿Cuál ha sido el impacto psicosocial de la pandemia en las personas mayores?

A nivel social, ha sido un colectivo que se ha visto sobreprotegido. Las personas mayores son más vulnerables por su condición de edad, y porque tienen un sistema inmunitario más debilitado. Entonces, son más susceptibles a la enfermedad.

Nosotros los más jóvenes, les queremos sobreproteger y a veces eso ha llevado a someterles a situaciones de aislamiento, de no permitirles a hacer cosas, en función del valor de la protección y el valor de la salud y la vida.

Respecto al impacto, el aislamiento voluntario o no, el confinamiento, el no recibir visitas de la familia y de la gente que les importa, ha tenido un impacto de tristeza, desmotivación, aburrimiento. El aislamiento produce esa sensación de que el tiempo se hace largo, porque pierdes tus rutinas, pierdes la opción elegir qué hacer.

Al principio de la pandemia, con el fin de proteger la salud y la propia vida, en las residencias no se les concedió la opción de elegir qué hacer, porque había que seguir los protocolos. Las medidas de restricción, contención y aislamiento han sido muy severos y evidentemente necesarios, pero el hecho de proteger la salud conlleva otros efectos.

A todo esto hay que añadir que hay sufrimiento emocional, porque ellos como personas mayores están aislados, están dentro de la residencia, sin saber muy bien qué pasa fuera, hay miedo por ellos, miedo por sus familias, miedo por el futuro, miedo a si un familiar mío se enferma y no puedo salir a verle.

¿Las actividades habituales de la residencia se pararon durante la pandemia?

La vida en la residencia es una vida participativa, se hacen muchas cosas en común, todo está pensado para que la vida sea comunitaria. Todo eso se tuvo que parar por seguridad y por protocolos, se establecieron grupos burbuja, por lo que, las actividades se llevaban a cabo en dichas burbujas, pero el nivel de participación se redujo mucho.

Las residencias también son heterogéneas, y cada una de ellas, ha intentado organizar lo mejor posible, en base al espacio y el número de residentes. Cuando ha habido aislamientos por casos Covid ha sido mucho más difícil, porque había que extremar mucho más las medidas, porque la intervención en aislamientos requiere más tiempos y personal. Pero, la vida comunitaria que estaba contemplada al principio, se dejó de hacer. 

Cuando empezó el virus a entrar en las residencias ¿cómo vivieron los residentes de las residencias esa situación?

Al tener que estar encerrados en las residencias y no poder salir y estar con las familias, surgió como un efecto rebote, e hizo que los residentes estuvieran más pendiente entre ellos, establecieron más relaciones e interactuaron más entre los miembros de cada burbuja. Se crearon como mini-familias, y en cuanto alguien enfermaba querían saber cómo estaba esa persona, si volvería a la residencia, etc. Además, si alguien era positivo eso tenía unas consecuencias, porque al grupo burbuja había que aislarlo.

¿Vosotros como profesionales cómo habéis llevado este periodo?

Hemos pasado por muchas fases. La primera fue de locura, por entender lo que estaba pasando; no sabíamos la gravedad que conllevaba la situación, y en una segunda fase, ha sido la revolución, por la necesidad de protegernos y proteger a los residentes, la carencia de EPIs. Una vez estabilizados, cuando ya teníamos materiales, hemos vivido en una continúa alerta. Si alguien tiene fiebre o es positivo, tenemos que hacer los aislamientos. Y también ha habido un impacto en los profesionales, que pasamos muchas horas en la residencias, prácticamente vivimos allí, y eso ha generado una afectación emocional en los profesionales; con los EPIs no nos reconocían, en los aislamientos no podíamos ir de habitación en habitación, hemos visto el deterioro funcional de las personas, por falta de movilidad, etc. Por mucho personal que pongas, no se puede suplir ese nivel relacional que se establece con ellos y entre ellos.

¿Cuál ha sido el mayor obstáculo que han tenido las personas mayores en la pandemia?

El mayor obstáculo han sido las perdidas, y cada una de las perdidas ha traído consigo una consecuencia. Por ejemplo, la pérdida de seguridad; el vernos a nosotros como locos ponernos los EPIs y correr, sobre todo al principio, el sentir que algo importante pasa, que la gente fallece, pensar que puede fallecer uno mismo, el miedo a que les pase algo a los familiares que están fuera y no poder estar con ellos. También hay pérdida de referentes; las rutinas diarias se han alterado, y ello genera inseguridad, falta de motivación, aumento de tristeza, pérdida de autonomía y movimiento, etc. Es una especie de efecto bola de nieve, una pérdida conlleva otra pérdida.

¿Por qué se ha tratado al colectivo de personas mayores como un colectivo homogéneo?

Cuando establecemos programas o intervenciones, y sobre todo, si son urgentes como en esta ocasión, yo creo que es más fácil si lo hacemos por grupos de población, nos facilita en un primer momento. Entonces, es entendible que hablemos de infancia, adultos y mayores. Claro, en los últimos años, el concepto de persona mayor ha variado mucho; antes la esperanza de vida era mucho menor, y cuando las personas se jubilaban llegaban físicamente más trabajados. Ahora ya llegamos en muy buenas condiciones a la jubilación, y la esperanza de vida ha aumentado mucho. Igual seguimos con ese concepto antiguo de que eres persona mayor cuando te jubilas, y resulta que ahora, cuando nos jubilamos vivimos en una etapa, en la que todavía no eres anciano, eres un adulto mayor, pero con una calidad de vida y unas posibilidades de vida muy buenas. Tenemos que cambiar el concepto de mayor. 

¿En las residencias porque se les ha tratado a todos por igual?

Yo creo que por las características de la vida comunitaria que tienen las residencias. A parte de esa heterogeneidad de la población, hay unas características comunes, que es la vida comunitaria, que este caso, facilita la transmisión del virus. Tampoco las residencias son centros sanitarios, son centros de vida, no son centros asépticos. Además, a parte de la interacción entre ellos, la intervención de los profesionales es de mucho contacto. En los momentos de más intimidad, como el aseo y la hora de dar de comer, es inevitable la interacción. Ése era un momento muy peligroso en cuanto a transmisión del virus, tanto hacia los profesionales, como a las personas usuarias. 

¿Crees que se deberían de haber tenido más en cuenta los efectos emocionales que han podido generar las medidas adoptadas desde instituciones?

Yo creo que pasado el primer momento, sí se han tenido en cuenta los efectos emocionales de las medidas, por lo menos se sabía cuál era el impacto en las emociones, y creo que es difícil haberlo hecho de otra forma. Lo que pasa que ya se está alargando mucho y en la situación post-vacunación de ahora, sí que hay que tener en cuenta esas consecuencias emocionales y empezar a reducir las restricciones en las residencias, pero sin olvidar las medidas de protección. Ya se permiten las visitas de las familias, las salidas a la calle, sobre todo de las personas autónomas que viven en las residencias, pero tienen sus rutinas también fuera de la residencia. Creo que ahora es el momento de hacer balance, daño-beneficio, y empezar a valorar la salud emocional.

¿Cómo ves la vida post-covid de las personas mayores?

Puff, pues no sé, porque no sé cuánto va a durar esto. Ahora hay una vida post vacuna, y yo creo que, como se está viendo, es una vida más relajada, las personas mayores están recuperando las relaciones, y se está intentando hacer una vida más normal, que no sé si volveremos a recuperar la normalidad anterior, porque todavía tendremos que vivir durante mucho tiempo con las medidas de protección: mascarillas, pantallas en algunos momentos, PCRs, distancia, los grupos burbuja, etc La situación que hemos vivido por el Covid en las residencias, sí que dado una vuelta al pensamiento general de los profesionales pero también de las instituciones y de la sociedad. Se está replanteando el modelo residencial, si hay que cambiar, qué hay que cambiar. Todavía es un modelo terapéutico, en el que la persona ingresa, parece que hay que abordad la necesidad que tiene, pero también hay que contemplar valorar a la persona en sus capacidades. No puede ser un modelo de aquí ingresas para esto, sino que tiene que ser un modelo de aquí ingresas para continuar con tu vida y esa lo más parecida a la que llevabas antes. Hay que pensar en las residencias como sitio de vida, pero también como un lugar de seguir participando a nivel comunitario, social, y de tener una vida enriquecida con derechos, con autonomía y con apoyo para poder ejercer esos derechos.

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